Hace cuatro meses, me tocó iniciar un
proceso de mudanza. A pesar de que aún no terminamos [mi familia y yo] de
acomodarnos en el nuevo departamento, debo confesar que, no solo aprendí, sino
que disfruté de ese caótico suceso. En el camino me di cuenta de algunos
aspectos, que son parte de nuestro día a día, y sobre los que vale la pena
reflexionar.
El primer paso fue guardar en cajas
las cosas de la vivienda que dejábamos, para facilitar el traslado. Fue el
inicio del desorden. Allí encontramos objetos [supuestamente] perdidos, otros
que probablemente nunca vamos a utilizar y aquellos que “se deben mantener”
porque guardan un valor sentimental. También encontramos cosas que no sabíamos
que teníamos. Luego de varios años de estar en el mismo lugar, nos dimos cuenta
de todo lo que guardábamos, de lo que estaba a la luz de nuestros ojos, pero
también de aquello que habíamos refundido en un rincón olvidado. En esta etapa,
empezamos a distinguir, aquello que realmente nos sería útil, de aquello que
solo servía para copar un espacio.
El paso siguiente fue crucial, yo
diría el más difícil. Teníamos, mi esposa y yo, que decidir qué cosas dejábamos
[para desechar, donar o vender] y qué cosas llevábamos a la nueva morada. Hubo
muchas coincidencias, pero también discordancias. Al margen de ello, debo
reconocer que el proceso de depuración tuvo sus bemoles, sobre todo por lo que
algunos objetos evocaban en nosotros: juguetes de nuestros hijos que ya no iban
a utilizar más, pero que nos traían gratos recuerdos; mi primer carné universitario
[cuya foto ya ni reconozco]; la camisa bonita pero pasada de moda; el buzo del
cole; documentos inservibles de hace más de una década o el adorno roto que nos
cuesta descartar. Y es que cuando la emoción le gana a la razón [sucede más a
menudo de lo que creemos], empezamos a aferrarnos a algo que, aunque nos traiga
bonitos recuerdos, ya es parte de nuestro pasado.
Finalmente, llegó la fase última del
caos, establecer el nuevo orden: acomodar las cosas en su ubicación final. Lo primero
que le dije a mi esposa fue: la mitad del closet es para mí, la otra para ti. Así
lo aceptó, pero como buena abogada, aprovechó los “vacíos de la ley”, ocupando
otros espacios. Fuera de lo anecdótico, tal vez es la etapa más placentera,
porque implica llenar esos vacíos que quedaron, producto de la depuración, pero
también de la nueva realidad, con cosas que armonizan mejor con ese contexto
distinto.
Debo ser sincero, aún hay objetos a
los cuales seguimos aferrados, pero por ahora, está bien así. Mis hijos fueron
los más entusiasmados y los que más rápido se adaptaron, tal vez porque tenían
una mochila más liviana.
Después de todo, tomé consciencia de
que la vida es eso, una constante mudanza. Cuando te mudas, dejas algo, pero
eliges para ti otra realidad mejor. Desorden, depuración, [nuevo] orden. Ojalá
los seres humanos repitamos ese proceso con mayor frecuencia. Moverse siempre
es bueno. También lo es, liberarnos de esos pensamientos que no nos ayudan, de
las relaciones que nos intoxican, del pasado que nos atormenta, e incluso, de
la ansiedad que el futuro produce en nosotros. Siempre es posible encontrar un
nuevo orden en la vida. Siempre es necesario generar vacíos, para llenarlos con
algo mejor. No hay crecimiento sin incomodidad. No hay crecimiento sin mudanza.
No hay crecimiento sin incomodidad. No hay crecimiento sin mudanza.
ResponderEliminarBuen post Hugo
Saludos