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Confianza y crecimiento ¿Cuán relacionados están?

Hace algunos días, le pregunté a un amigo y empresario arequipeño, que es lo que esperaba para su empresa en los próximos dos años. Su respuesta fue: espero que crezcamos, aunque por la coyuntura actual y la forma en que el gobierno viene manejando las cosas, cada vez confío menos en que eso suceda. 

Entonces surgió la pregunta ¿qué tan importante es la confianza de las personas en el futuro de una empresa, de una región o de un país? La respuesta es, muy importante, tal vez, determinante. 

En su libro “Trust: The Social Virtues and the Creation of Prosperity”, el politólogo americano Francis Fukuyama, define la confianza como “…la expectativa que surge dentro de una comunidad de comportamiento normal, honesto y cooperativo, basada en normas comunes, compartidas por todos los miembros de dicha comunidad”. En esa línea, sostiene que el bienestar de una nación, así como su capacidad para competir, se halla condicionado por una única y penetrante característica cultural: el nivel de confianza inherente a esa sociedad.

En el Perú, así como en la mayoría de países en el mundo, se tiene como principales instrumentos de medición de confianza, el Índice de Confianza Empresarial [Business Confidence Index] y el Índice de Confianza del Consumidor [Consumer Confidence Index], ambos publicados por el Banco Central de Reserva y algunas empresas privadas [con enfoques o metodologías diversas]. Estos indicadores recogen de manera mensual las expectativas del empresario y del consumidor peruano, respecto a lo que sucederá en los 3 meses siguientes a la fecha de aplicación de la encuesta. Los resultados ya son conocidos, a pesar de que los indicadores de confianza peruanos están dentro de los más altos de Latinoamérica, estos han descendido en los últimos meses, producto de la coyuntura que se evidencia en el país y el ajuste a la baja de las proyecciones de crecimiento.

La evolución de estos indicadores genera una interrogante natural: ¿la confianza disminuye porque los indicadores (internos o externos) varían positiva o negativamente, o esta disminuye primero, y consecuencia de ello, el país crece o decrece? Podría haber distintas opiniones, sin embargo, tal vez sea más fácil entenderlo, si lo llevamos al contexto empresarial.

Me ha tocado escuchar [no pocas veces] algunas afirmaciones, provenientes de empresarios, tales como “…las personas tienen que ganarse la confianza de la empresa”, “…la confianza de los accionistas en el negocio estará en función a los resultados del mismo” o “…compraremos una máquina nueva, sí y solo si, el crecimiento de la industria es el que esperamos”. Esto nos da un indicio de lo que sucede en muchos negocios. Mi opinión es distinta: no podría contratar a alguien, sin confiar en esa persona; no podría poner un negocio, si no creo que me va a ir bien; si es que creo en mi modelo de negocio, lo que la industria crezca o deje de crecer no debería afectar mis decisiones estratégicas de manera relevante. 

La Real Academia Española define la confianza como “la esperanza firme que se tiene de alguien o algo”, por tanto, es algo que nace de uno por decisión propia y no de agentes externos. En el momento en que la confianza se quiebra, la relación [socio-socio, jefe-colaborador, inversionista-negocio, etc.], también debería seguir el mismo camino, tal vez no en el corto plazo [por las barreras de salida generadas al momento de tomar la decisión], pero por lo menos en el mediano plazo.

Claro está que no siempre podemos romper el vínculo [en el corto plazo] cuando la confianza se acaba. Por ej., si somos una empresa formal en Perú, tendremos que pagarle a la SUNAT los impuestos respectivos siempre, dado que no habría forma legal, bajo la normativa actual, de evadirlos. O, si elegimos mal a un Presidente,  tendríamos que esperar 5 años para poder corregir la decisión y confiar nuevamente. Eso evidentemente no cambiará en el corto plazo, y se agravará más aún, en la medida en que asumamos una posición pasiva ante lo que consideramos “que no se está haciendo bien”. 

Algunos podrán decir, no vivimos ni actuamos de manera aislada para tomar decisiones sin tomar en cuenta lo que pasa afuera, vivimos en una sociedad que depende del actuar de todos los agentes del mercado. Por supuesto, no podemos decidir confiar en algo o alguien sin tomar en cuenta lo que está pasando alrededor, pero, tal vez si podemos decidir, cuanto nos puede afectar lo que pasa en el exterior. Miremos sino, el caso del proyecto minero Tía María y la desconfianza que hoy tienen los pobladores respecto al gobierno y la empresa privada, o a las empresas informales y la desconfianza que tienen del sistema tributario peruano, o acaso el común de los ciudadanos que dudamos de la honestidad de nuestras autoridades.

¿Acaso tendríamos que sentir un poco más y razonar un poco menos? El fútbol es un claro ejemplo de ello, por lo menos en nuestro país. Todos sabemos qué hace más de 30 años no vamos a un mundial y que el nivel de juego es uno de los peores a nivel Latinoamérica, por decir lo menos. Aun así, cada vez que la selección peruana juega, llenamos estadios, paralizamos ciudades y rompemos records de sintonía en el canal que transmite el partido.
¿Alguna explicación lógica o razonable? No se me ocurre ninguna. O es que nos gusta sufrir o es que, por algún motivo, decidimos renovar la confianza a nuestra selección cada vez que juega, y por ello no dudamos en alentarla. En mi caso, aunque me cueste aceptarlo, es esta última.

Al fin y al cabo, siempre será una decisión personal. Cada individuo decide y elige los factores [internos o externos} por los que se deja influir, y en consecuencia, que le permitan confiar o no confiar. Tal vez, si confiáramos un poco más en nosotros mismos, seríamos “en algo” mejores. Si nos dejáramos de hablar tanto y empezáramos a hacer un poco más, si dejamos de pre-ocuparnos y empezamos a ocuparnos, si dejáramos de destruir para empezar a construir, si en lugar de criticar empezamos a proponer, tal vez, solo tal vez, el Perú sería distinto.

María, la tia negada parte II

Hace algunos años escribí la primera parte de este artículo, el cual fue publicado en la revista Arequipa Empresarial de la Cámara de Comercio e Industria de Arequipa. Hoy, aproximadamente cinco años después, el panorama incierto y tal vez con mayor turbulencia al de ese entonces, me motiva a escribir la segunda parte. Como siempre, trataré de evitar una opinión sesgada, pero teniendo en cuenta mis orígenes y experiencias vividas.

Por un lado opinaré con la pluma de un mollendino de nacimiento que siempre oyó hablar de la importancia y relevancia económica que tuvo dicho puerto para Latinoamérica en sus mejores años, y por otro, con el conocimiento y las vivencias producto de haber pasado 16 años de mi vida en un campamento minero, que además, me convierten en moqueguano de corazón. Debo resaltar, que en esos años, no tuve que elegir entre los deliciosos productos e insumos agrícolas moqueguanos y el mineral, pude disfrutar de ambos y crecer con ellos conviviendo.

En las últimas semanas he leído y escuchado opiniones diversas sobre los efectos positivos y/o negativos que podría tener el proyecto Tía María en la provincia de Islay. Con gran pesar debo decir, que el 90% de los comentarios vertidos se hacen sin fundamento o con información que no es del todo cierta. Tal vez ahí radique el problema de todo, en la gestión de la información y en la comunicación alrededor de este proyecto. En esto no hay un solo responsable, lo somos todos.

Por un lado el Gobierno, que en sus tres niveles ha cometido, en mi opinión, sendos errores que hoy está pagando caro. El Gobierno Central, por no asumir su rol de líder y promotor de la inversión desde el inicio, no solo con Tía María, sino con muchos otros proyectos a nivel nacional. El Gobierno Regional (anterior y actual) por su posición tibia y hasta ambigua en ciertos casos, además de una pasividad que poco bien le hace a Arequipa. Y finalmente los Gobiernos Locales (provincial y distritales), los cuales, casi en su totalidad, han mostrado una posición en contra a la ejecución del proyecto, evidenciando así, que no representan a la totalidad de la población que los eligió, sino solo a aquellos que piensan como ellos (lo cual a priori dice mucho de lo que pasará en los siguientes 4 años). No me cabe la menor duda que gran parte de los problemas generados por los tres niveles de gobierno han sido por mala comunicación y por desinformación.

Por otro lado, la sociedad civil, que hoy se muestra dividida en la Provincia de Islay, y cuya desinformación es aprovechada por los “Pepe Julio Gutiérrez” o los “Marco Arana”.  Lamentablemente, hoy la Provincia está plagada de gente que ni vive ni trabaja en la zona, y que a “santo de no sé qué” sale a protestar en contra y hasta a amedrentar a los pobladores. 
Un pueblo que además, clama por el cambio y la mejora de la calidad de vida, pero que pareciera tomó su peor decisión en las urnas en octubre pasado.

Finalmente la empresa privada, con mensajes (estratégicos o no) distintos, que tal vez generen alertas para el gobierno, pero que solo consiguen agitar a aquellos que se muestran en contra y poner en duda ante el mundo, al menos en el corto plazo, las condiciones que ofrece el Perú para la inversión extranjera. Reitero, comunicación e información es lo que, a mi parecer, ha faltado en todos estos años.

A las pseudo-mesas de desarrollo/diálogo sin participación de todos los actores, a la intención de “dialogar” teniendo como único punto en agenda “el retiro del proyecto”, a los que gritan a voz en cuello “la mina mata”, “agro si, mina no” o “la mina contamina”, a las intervenciones tibias del Gobierno, a todos ellos les digo:  no pueden manejar esta coyuntura de una forma tan ligera y hasta soberbia, jugar con la esperanza de todo un pueblo y menos con el futuro de nuestros hijos y nietos.

A los que creen que se trata de elegir entre minería o agro, entre capitalismo o socialismo, les digo: llevo 30 años transitando por todos los distritos del Valle de Tambo, Mollendo y Matarani, y a decir verdad, salvo la carretera que conecta estos distritos, es muy poco el desarrollo que percibo. Pregunto entonces a los alcaldes de turno: ¿cuál es su propuesta para impulsar el desarrollo en la zona, existen proyectos de universidades, institutos, hospitales, tecnología agrícola, turísticos, etc.? Estoy seguro que la respuesta es NO.

Entendería la posición de los que se oponen, si esta fuera sustentada técnicamente y no basada en hechos sucedidos hace 30 años o en el protagonismo político de algunos cuantos impresentables. Los entendería además, si me dicen que cuentan con un plan para que Islay  vuelva a ser lo que algún día fue, y no tengamos que vivir de historias, sino de realidades. 
Pero no, como no hay nada de eso, no solo no los entiendo, sino que es indignante la manera en la que actúan.

Lo cierto es que con un Gobierno Central a poco más de un año de culminar su mandato y un gabinete recientemente censurado, es poco lo que se puede esperar del Poder Ejecutivo. Lo que sí creo, es que la pelota está en la cancha regional. No solo en manos de la Gobernadora, sino también de todos los demás actores, públicos y privados, que nos encontramos involucrados y podríamos ser afectados, positiva o negativamente.

No quisiera escribir la tercera parte de este artículo en 5 años más. Recordemos que no solo es Tía María, este podría ser un precedente muy malo para futuros proyectos regionales, llámese petroquímica, gasoducto, otros proyectos mineros, Majes – Siguas II, entre otros. Hoy no nos jugamos un partido, nos jugamos EL partido. Depende de nosotros si queremos perder por walkover o poner todo en la cancha. Islay es Arequipa, Arequipa es el Perú.

Comunicación y posicionamiento: la percepción es la realidad

En nuestra experiencia como consultores, han sido diversos los problemas que hemos encontrado en las empresas a las que hemos asesorado. Uno de los más comunes, es la deficiente o nula estrategia de comunicación. Pero ¿por qué la comunicación puede ser igual o más importante aún que la calidad de nuestro producto o que nuestros indicadores?

La respuesta es simple. De nada serviría tener un producto o servicio con calidad excepcional, si nadie lo conoce, y por ende, nadie lo compra. Una compañía con procesos estandarizados y certificaciones internacionales, no sería exitosa si solo los accionistas y los colaboradores la conocen. Trabajar en aspectos como la calidad, los procesos, indicadores financieros, recursos humanos, responsabilidad social, entre otros, es importante, pero si es que no somos capaces de posicionar la marca o producto adecuadamente en la mente del cliente, la sostenibilidad de las operaciones estará en riesgo.

Personalmente conozco muchas empresas con extraordinarios productos o servicios, pero con muy poco éxito en el mercado, algunas de ellas incluso ya quebradas, como consecuencia de una mala comunicación. Por qué no mencionarlo, esto también sucede con empresas que buscan invertir en alguna región, pero cuya estrategia de entrada es la de imponer, en lugar de proponer. ¿Podríamos decir acaso que la denominada “Ley Pulpin” adoleció de una adecuada socialización entre los jóvenes? Tal vez no fue la única razón de su derogatoria, pero en mi humilde opinión, no escuchar antes, ni comunicar adecuadamente después, fue una deficiencia seria en el proceso.  

Al Ries y Jack Trout, en su libro “Las 22 leyes inmutables del marketing”, hacen referencia a ley de la percepción, que propone que “las percepciones en las mentes de los consumidores son la realidad, siendo que cambiar sus mentes es muy difícil y que estos siempre suponen que están en lo cierto”. Si el cliente nos considera una marca “low cost”, es muy difícil que podamos lanzar un producto de lujo bajo la misma marca. Si el cliente percibe nuestra empresa como la mejor en capacitación técnica, será complicado lanzar una línea de educación ejecutiva, bajo el mismo nombre.

Sin duda alguna, uno de los objetivos claves de toda empresa debe estar enfocado en comunicar y posicionarse en el “top of mind” (marca o producto que primero le viene a la mente a un consumidor). Solo a manera de aclaración, comunicar no es colocar un aviso en el diario, tener una página web o repartir volantes a diestra y siniestra.

La estrategia de comunicación va más allá de la publicidad, debiendo tomar en cuenta los siguientes aspectos: (i) Identificar a quién queremos comunicar (segmentar), (ii) conocer y entender a nuestro público objetivo, (iii) definir el contenido del mensaje (qué queremos decir en función a lo que el cliente valora), (iv) elegir los canales de comunicación adecuados, y finalmente (v) medir el impacto de nuestra estrategia.

En tiempos como los que vivimos, comunicar no es una elección, es una obligación.