“Papá,
si los mayas no hubieran inventado las matemáticas, yo sería muy feliz”, argumentaba mi hijo Mathías [8 años],
esbozando una sonrisa, mientras resolvía una tarea de la misma materia. En
realidad se refería a los aportes de esta cultura a las matemáticas, pues estos
no fueron los creadores. Curiosamente, cada vez que le pregunto a él o a otros
niños de su edad [y mayores], sobre su curso favorito en el colegio, las
respuestas son las mismas: “educación
física” o “recreo”. De hecho, cuando era niño, seguramente yo respondía lo
mismo.
¿La culpa será de los mayas, de los
griegos o de los egipcios? ¿De las matemáticas, de la geografía, de la química
o de la astronomía? En realidad el problema no son los contenidos ni sus creadores.
El problema es la forma en que transmitimos esa información a las personas, más
aún en etapa de formación. Si los maestros hicieran que cada materia sea
entretenida, probablemente, más niños o jóvenes disfruten y se apasionen por
sus contenidos.
Nuestros primeros 21 años de vida [y a
veces más], los pasamos entre el nido, el jardín, la primaria, secundaria y la
educación técnica o profesional. Alrededor de 35,000 horas sin contar el tiempo
de tareas, asignaciones o proyectos. Luego pasamos otras 90,000 horas en el
trabajo, si tenemos la suerte de trabajar solo 8 horas diarias [5 días a la
semana], si no hacemos horas extras y nos jubilamos a los 65 años [escenario
casi improbable en estos tiempos]. Sin gran parte de nuestra vida la pasamos
entre el estudio y el trabajo ¿deberíamos disfrutarlo, no?
Está ampliamente demostrado que las
emociones juegan un papel fundamental en el aprendizaje de las personas [no
solo de los niños]. En la medida que la persona encuentre divertido un
contenido determinado, prestará mayor atención, será más participativa, se
involucrará y su cerebro retendrá mayor información. Pero ¿realmente nos
estamos ocupando en que el sistema educativo sea divertido, entretenido o
apasionante?
Paradójicamente, hoy se habla mucho de
la motivación de los colaboradores en las organizaciones, e inclusos se ha
acuñado el término “Gerente de Felicidad” o “Gestor de Felicidad” en estas. Nos
preocupamos más de motivar a una persona adulta [en edad de trabajar], que de
generar un entorno placentero en el proceso de aprendizaje de un niño o
adolescente. Es casi como querer podar las hojas de un árbol para que se vea
mejor, sin previamente haber cuidado de sus raíces.
Cabe resaltar, que el proceso de
aprendizaje no solo es responsabilidad de las escuelas, sino también de los
padres. Desde mi punto de vista, algunos de los factores que generan entornos poco
“felices” en el proceso de aprendizaje del niño o el adolescente, son los
siguientes.
- Los alumnos son evaluados,
catalogados y de alguna forma discriminados, en función de sus
calificaciones, olvidando el proceso de aprendizaje.
- Educación basada en el miedo
[nota, castigo] y no en el placer.
- Aunque la comparación es una
característica del ser humano, en el proceso de aprendizaje esta puede
generar resultados funestos [compararse o ser comparado con otros].
- La prioridad es el avance y
cumplimiento de la currícula, no necesariamente el aprendizaje del alumno.
- Todos los alumnos son tratados
por igual, sin tener en cuenta la diferencia de habilidades entre ellos.
La culpa no es de los mayas. La
responsabilidad recae en los actores del sistema educativo [incluidos nosotros,
los padres], que nos aferramos a la idea de que cada vez hay más niños
hiperactivos, con déficit de atención, con trastornos de conducta o de
aprendizaje, con ansiedad o depresión. Creemos que el problema son ellos, sin
darnos cuenta de que quienes lo estamos generando, somos nosotros.
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