Ayer estuve casi diez horas en una
clínica, debido a una cirugía que tuvieron que hacerle a Mathías, mi hijo
mayor. Mientras esperábamos en el ambiente contiguo a la sala de operaciones,
tuvimos una conversación que duró casi dos horas. Debo reconocer, que fue una
charla motivada por la necesidad de ahuyentar el temor, la preocupación y la
ansiedad de ambos. A pesar de ello, confieso que en ese tiempo, conocí muchas
cosas que antes ignoraba sobre mi hijo [de 6 años], y seguramente a él le sucedió
lo mismo, cuando le contaba sobre mí. Aquí un fragmento de la conversación que
quedó grabado en mi mente:
- Papá: Hijo ¿qué quieres ser cuando seas grande? [Para ser honesto, esperaba como respuesta,
ser granjero, veterinario [a él le fascinan los animales] o en el peor de los
casos, bombero, policía o doctor.
-
Mathías: Papá, yo quiero ser vendedor.
-
Papá:
¿En serio? ¿Por qué quieres ser vendedor?
- Mathías: Es que la vida se trata de eso. Tú
ofreces algo y las otras personas te dan algo a cambio. Así funciona.
-
Papá: ¿Y qué venderías?
-
Mathías: Tal vez productos del campo, frutas,
verduras.
-
Papá: ¿Por qué la gente te compraría a ti y no a otro?
- Mathías: Porque yo mismo sembraría y
cosecharía los productos para venderlos. Yo tengo que trabajar para darle lo
mejor a las personas.
- Papá: Me parece muy bien hijo. Tu podrías
ser lo que quieras ser [pintor, escritor, ingeniero, arquitecto, veterinario,
etc.]. Puedes ser sacerdote o presidente del Perú. Hagas lo que hagas, asegúrate
de ser vendedor también.
Ojalá yo hubiera pensado así a su
edad. Ojalá lo hubiera hecho siquiera a los 20 años. Ojalá que cada vez más
gente en el mundo piense como Mathías. Y es que, como él me dijo, la vida es
así [siempre estamos vendiendo]. Pero no solo eso. Un buen vendedor, desarrolla
habilidades que el mundo necesita con urgencia. Esas habilidades que comúnmente
llamamos “blandas”, pero que en realidad son “habilidades para la vida”, para
una convivencia mejor.
Necesitamos más empatía para
poder comprender a los demás. Mayor capacidad de escuchar, y menos
habilidad para juzgar. Menos ruidos [muchas veces mentales] en nuestra comunicación.
Más confianza y menos miedos. Mayor tolerancia al rechazo
y aceptación del error [propio y ajeno]. Más vocación de servicio
y menos beneficio propio. Eso y mucho más.
Soy un convencido de que nuestras
familias, nuestras empresas y nuestra sociedad en general, serán mejores, en la
medida en que las personas nos preocupemos más en desarrollar dichas habilidades.
Por eso, declaro: yo también quiero ser vendedor.
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