Apenas han transcurrido algunas horas
del 2018. Tal vez aún permanecen frescos los deseos luego de comer las doce
uvas o el viaje anhelado tras esa vuelta a la “manzana”. El champagne, el arroz y las lentejas, las prendas
amarillas, los fajos de billetes o las promesas para un nuevo año, son elementos
infaltables en nuestras celebraciones.
Por lo general hacemos que esta fecha sea
propicia para renovar nuestro optimismo, nuestros compromisos y nuestras metas.
Sin embargo, no pocas veces nos sucede lo que Tali Sharot llama la predisposición al optimismo [The
optimism bias: A Tour of the Irrationally Positive Brain, 2011]. Esto no es
otra cosa que nuestro [exceso] de entusiasmo ante el inicio de una nueva vuelta
de la tierra al sol.
¿Cuántas veces nos sucede que esos
objetivos no se cumplen? ¿Cuánto de esos objetivos que no se han cumplido, es
por falta de acción? ¿Cuánto de realidad le agregamos a ese optimismo? Yo le llamo congruencia, o dicho de
mejor forma, la falta de ella. Nos trazamos objetivos y luego hacemos muy poco
o nada para llegar a ellos, como si de la gracia divina o de las “12 uvas” dependiera alcanzarlos. Queremos
vender más, pero hacemos el mínimo esfuerzo para que eso suceda. Queremos un
mejor trabajo, un incremento de salario o el viaje soñado, pero nuestro actuar
en el día a día dista mucho de esos objetivos. Reclamamos un mejor país como si
solo dependiera de los demás, y no de nosotros mismos.
La distancia que nos separa de
nuestros objetivos no se mide en kilómetros ni en dólares, tampoco se define
por las autoridades que nos gobiernan ni la coyuntura económica. La distancia
real, no es más que la diferencia entre lo que pensamos o creemos y lo que
hacemos. Es esa distancia que nos hace juzgar, que nos hace menos tolerantes,
que nos convierte en los dueños de la verdad. Ese puente que divide a los que
dicen hacer de los que hacen.
Seremos mejores personas cuando practiquemos
la congruencia como un hábito de vida. Seremos un mejor país, cuando dejemos de
señalar y practiquemos el arte de vernos en el espejo todos los días. Cuando
nos demos cuenta de que lo que vemos allá afuera, no es otra cosa que el
reflejo de lo que somos por dentro. Cuando olvidemos nuestro rol de espectadores
y asumamos nuestro rol de actores.
Que el 2018 sea un buen año para
todos. Que juzguemos menos y hagamos más. Que veamos menos allá afuera y
miremos más en nosotros mismos. Que nos haga más congruentes y tolerantes. Que
escuchemos para comprender y no para refutar. Solo así, la distancia que nos
separa, se reducirá.
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