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Aprender a decidir: El gran reto del ser humano

Tomamos alrededor de 35,000 decisiones al día, la mayor parte de ellas de manera inconsciente y repetitiva. Respirar, comer, dormir y caminar, son algunas actividades sobre las que decidimos todos los días. Pero la evidencia nos dice que no por hacer mucho hacer algo, lo hacemos mejor. Más de 17,000 respiraciones al día [en promedio 12 por minuto], nos dan una señal de que estamos vivos, pero no necesariamente de que estamos respirando bien. Alimentarnos varias veces al día desde que nacemos, no nos ha asegurado una alimentación adecuada, por el contrario, la dieta promedio del ser humano de hoy es menos equilibrada y saludable que la del de hace algunos miles de años. Lo mismo pasa con nuestras decisiones. Las tomamos a cada instante, pero no siempre bien.

 

A nivel evolutivo somos producto de las decisiones de nuestros ancestros. Pasar de recolectores/cazadores a agricultores, ha sido una de las decisiones colectivas más trascendentales del homo sapiens. A nivel individual, somos producto de nuestras propias decisiones, conscientes o inconscientes. Somos lo que somos porque, para bien o para mal, hemos decidido algo, en algún momento.

 

Pero, si siempre hemos tomado decisiones ¿por qué a veces lo hacemos tan mal? Uno de los más grandes errores, creo yo, está relacionado al ego del ser humano. Creemos que tomamos decisiones racionales, siempre. Nos consideramos dueños de la verdad absoluta. Pero en la práctica, nada más alejado de la realidad.

 

René Descartes, uno de los filósofos más representativos de los últimos tiempos, decía: “Cogito ergo sum” [Pienso luego existo]. Sin embargo, hace algunas décadas, el neurocientífico americano Paul Mc Lean, postuló la teoría del cerebro triuno [luego estudiada y reafirmada por otros científicos]. Esta teoría hace referencia a tres cerebros que hoy forman parte del cerebro humano, pero que evolutivamente aparecieron en diferentes momentos: 1) el cerebro reptiliano, que regula los elementos básicos de la supervivencia [con antigüedad de 500 MM de años]; 2) el sistema límbico, responsable en gran parte de nuestras emociones [con antigüedad de 200MM años] y 3) el neocórtex, responsable del razonamiento humano [con antigüedad de 100 mil años]. En otras palabras, si nos ceñimos a la evidencia científica, hemos existido primero, hemos sentido después, y, por último, hemos sido capaces de pensar/razonar. Por tanto, parece ser que la famosa frase de Descartes, o no era tan cierta, o, metafóricamente hablando, tenía otro objetivo.

 

Por su puesto que nuestro cerebro no funciona de manera estática ni predecible. Por el contrario, es una interacción constante y dinámica, que combina elementos internos (genes, hormonas, conexión entre neuronas, sistemas estructurados) con elementos externos (aprendizaje, contexto, experiencias, percepciones). La toma de decisiones es igual de compleja, pero los humanos tenemos el ego tan exacerbado, que no somos conscientes de ello.

 

Somos los únicos seres racionales sobre la tierra [aunque algunos dicen lo contrario], pero nuestras decisiones, en gran parte, tienen un alto componente emocional. No solo las banales sino las más relevantes también. La compra de una casa, de un vehículo, la elección de un trabajo o de una pareja. Todas son decisiones con alto grado de influencia de nuestras emociones, pero, además, de nuestros sesgos, prejuicios y paradigmas. Para sentirnos mejor, una vez tomadas, tratamos de racionalizar o justificar nuestra elección.  

 

Decidimos hasta cuando creemos que no estamos decidiendo nada. No hacer nada es una elección, y como todas nuestras decisiones, también tiene una consecuencia. Cada vez que le decimos si a algo, le decimos no a muchas otras cosas En absolutamente todos los casos, nuestras decisiones tienen un impacto sobre nosotros o sobre otros, en mayor o menor medida.

 

El gran desafío del ser humano es “aprender a decidir”. Nuestras decisiones no cambiarán el pasado, pero pueden transformar nuestro futuro. Hagamos consciente eso que hoy está del lado inconsciente. Busquemos objetividad dentro de nuestra subjetividad. Equilibremos nuestras emociones, al menos antes de una elección importante. Practiquemos el pensamiento crítico y fomentemos la tolerancia. Aún después de ese gran esfuerzo, equivocarnos siempre es una posibilidad. Sea cual fuere el resultado, tenemos que ser capaces de asumir con responsabilidad, nuestros errores y nuestros aciertos. Después de todo, solo somos seres humanos.

Profecía autocumplida: cuando las expectativas se convierten en realidad


Gerardo era un economista, que fue despedido de su trabajo como gerente del banco más grande de la ciudad. Gerardo creía que su desvinculación fue injusta, y se propuso tomar revancha contra el banco. En una reunión de amigos, Gerardo comentó que el banco [del que fue despedido], estaba a punto de quebrar. Al día siguiente, Pedro, uno de los presentes en la reunión, fue a retirar sus ahorros. Pedro le contó a Roberto, periodista dueño de un canal de televisión local, sobre la “quiebra” que se venía. Por la noche, la noticia estaba en boca de toda la ciudad. Dos días después, la gente hacía cola en el banco para retirar sus ahorros. El banco, que hasta antes que se propagara la falsa información, tenía los mejores indicadores de estabilidad financiera, quebró.

A esto se le llama “Efecto Pigmalión” [en honor a un mito griego], que no es otra cosa que “la forma en que nuestras creencias y expectativas, influyen sobre el comportamiento de otra persona”.  Se han hecho muchos experimentos, en diversas ramas, para evidenciar esto. En pedagogía, por ejemplo, ha quedado demostrado que la forma en que los profesores perciben a sus alumnos, es fundamental para su aprendizaje. Si creen que un niño no es capaz de entender algo, eso sucederá. Si creen que el niño es capaz de lograrlo, es muy probable que lo haga.

Esto es algo que aprendí hace más de una década, aunque no bajo ese nombre. Nuestras creencias, nos llevan a adoptar cierto comportamiento [a hacer o no hacer algo], y este, finalmente, determina nuestros resultados. Si yo creo que soy capaz de hacer algo, es probable que lo haga. Si creo que no soy capaz de hacerlo, es probable que ni siquiera lo intente. Entonces, para cambiar los resultados, es preciso primero, cambiar las creencias que tenemos respecto a nosotros, respecto a los demás o respecto a una determinada situación.

Según el escritor español Alex Rovira, la explicación científica al “Efecto Pigmalión”, es la siguiente. Cuando alguien confía en nosotros y nos contagia esa confianza, nuestro sistema límbico acelera la velocidad de nuestro pensamiento, incrementar nuestra lucidez, nuestra energía, y en consecuencia nuestra atención, eficacia y eficiencia. Es por eso, que soportados en la confianza de otros y en la propia, somos capaces de lograr mejores resultados.

Nos convertimos en lo que creemos. Y nuestro entorno también. Si creemos que todo va a estar mal, realmente todo estará mal, al menos bajo la luz de nuestra mirada, de nuestra perspectiva. No podemos crear todo lo que deseamos, pero si creemos, con seguridad podemos lograr mucho más de lo que imaginamos.

Estamos viviendo un contexto que nos lleva a repensar no solo la forma de hacer negocios, sino la forma de relacionarnos y de percibir el mundo. El filósofo alemán Arthur Schopenhauer, decía: “el azar reparte las cartas, pero nosotros las jugamos”. Podemos elegir pensar todos los días en “si saldremos vivos [como personas o empresas] de esta pandemia”. Pero también podemos optar por confiar en nosotros, y por qué no, en los otros. Esa confianza que, tal vez no nos dará la seguridad, pero que sin duda incrementará nuestras posibilidades de salir airosos de esta batalla. Iniciemos por creer, para empezar a crear.